lunes, 21 de junio de 2010

La muerte de Saramago me llegó de sobresalto, con Monsiváis el desconsuelo, cuando mueren hombres así, ya no me asusta tanto mi muerte ¡

Me depertarón las mañanitas, preparé el café y despedí a Ricardo. La sonrisa de Iván me recordó mis pasiones.
Tomé la cajita de hilazas y la pusé a la mano. Después de comer nos fuimos
al Zócalo porque quería bordar en la plaza... la tarde estaba fresca y llena de jóvenes
uniformados por el encuentro de bandas de guerra de toda la república, con el sonido de las trompetas y tambores recordé la federal No.2, mi secundaria allá en Culiacán, con ella vinieron los nombres de Donaciano Osuna Padilla, subdirector del plantel, hombre fuerte y estricto, luego apareció la imagen de Raúl Carrasco Anaya jefe de la banda, el más guapo de la secu, cuando lo veía me saltaba el corazón de gusto y tristeza.
De un recuerdo, viene otro, es una cadenita, un rosario que se va contando o una flor que se deshoja una y otra vez, con los dias voy hilando amores y contrariamente los enojos, me exalto, me irrito, me detengo.
A la memoria viene Vilma, Claudia, Ana María, Carmen y Yoly de 14 años, la primera niña rica que conocí y que extrañamente manejaba una guayin con la que llegaba a la escuela...con ellas lloré hasta el cansancio el último día del tercer año, nos hicimos promesas, juramos amistad eterna, jamás volvimos a encontrarnos.

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